martes, 31 de enero de 2012

un amor, condenado a la muerte


Yo lo amaba con todo mi ser, yo lo amaba con toda mi vida, con aquella que hubiera entregado sin pensarlo por él, con un amor tan fuerte que me hacia poderosa, pero el poder de ese amor el mismo lo volvió contra el esa noche.
Me case muy jovencita, a penas tenia veinte años, pero no me arrepiento de esa decisión, Alberto, mi marido y único hombre a quien he amado tenia la misma edad que yo y nos habíamos conocido en secundario, nuestro amor fue a primera vista, yo pensaba que duraría para siempre, pero que equivocada estaba.
A Alberto siempre le llamo la vida militar y la transformo en su carrera, era un gran soldado y un esposo abnegado, en casa era dulce y amable, a diferencia del regimiento que era un hombre de carácter firme y duro, a mi siempre me atemorizo que algo le pasara en campaña, pero el intentaba consolarme con palabras tiernas y dulces besos.
Un día se marcho como era habitual a una de sus campañas, yo me encontraba más inquieta de lo habitual e incluso le suplico que no fuera, pero él no me hizo caso se marcho. A los días después me llamaron y me entregaron la noticias más triste de mi vida, Alberto había desaparecido en territorio enemigo, sentí como mi alma se apagaba en un instante y mis ganas de vivir se volvían humo, sin Alberto mi vida no tenia sentido.
Mis padre pasaban día y noche acompañándome a la espera para mi de un llamado de esperanza en el que mi dijera que mi esposo estuviera vivo, y para ellos la confirmación de la fatal noticia, una noticia que llego una semana después de la primera, me encontraba en la cocina sirviéndome una taza de té cuando sonó el teléfono, fue mi padre quien contesto, pero yo ya sabia el mensaje de esa llamada que deje caer la taza sin darme cuenta mientras mis lagrimas caían al suelo como un río que fluye, mis padres entraron de inmediato.
-Alberto, mi Alberto no puede estar muerto, dije cayendo al suelo con las mano entre el rostro, mi madre se arrodillo a mi lado para consolarme, pero realmente no escuchaba sus palabra mi mente vagaba por los sin fin de recuerdos vivido con mi amado, esa misma noche quise quedarme sola, prácticamente los eche de mi casa, no quería ver nada ni estar con nadie.
Cuando se marcharon me tendí en el sofá llorando mis penas, la que pronto se transformo en ira, un odio incontrolable contra la vida que me lo había quitado, destruí todo en mi paso, nada quedo, hasta que mis fuerzas no me alcanzaron y quede tendida en el suelo murmurando su nombre. Horas después desperté con la sensación de que alguien me contemplaba, a tienta busque la luz, pero me corte la palma de la mano con los trozos de vidrio en el suelo, por fin pude hallar el interruptor y en cuanto el haz de luz ilumino el cuarto lo vi, era mi Alberto parado en el umbral el que me miraba fijamente, corrí sin pensar nada a sus brazos, invadida de emoción, pero pronto pude comprobar que ese hombre no era el mismo a quien yo había despedido hace más de una semana.
El hombre que tenia frente a mi, era alguien totalmente distinto, en sus ojo dominado por un tinte rojizo, había una mirada brutal, despiadada e incluso animal al igual que su postura, su tacto era helado y sus colmillo sobre salían, me miraba con un deseo que nunca antes había visto en el.
-Mi vida, que te pasa aquí estoy, me dijo estirando sus brazos para que yo lo alcanzara, pero algo en mi interior hizo que retrocediera, fue entonces que el clavo su mirada en mi mano por donde corría la sangre del corte recién echo, por instinto yo la escondí.
-Se una buena esposa y ven y dame tu sangre, para poder saciar esta sed, aquellas palabras me hicieron darme cuenta del peligro que corría, me gustaba mucho la literatura y sabia a que criaturas se le atribuía que podían regresar después de la muerte y a quienes el beber sangre le denominaba como vampiro, pero esos eran cuento de hadas.
-Que te ha pasado Alberto, creía que habías muerto, le dije con voz temerosa, pero en sus rostro se dibujo una sonrisa cruel.
-No he muerto, ahora soy vampiro y solo he vendido por tu sangre, me contesto aquellas palabras lograron hacer correr lagrimas por mi rostro, el hombre que yo conocía y del cual me había enamorado realmente estaba muerto y ahora una horrible criatura ocupaba su cuerpo para difamar su recuerdo, el de inmediato me ataco, yo comencé a correr por toda la casa, escapando de el, escapando del amor de mi vida, de repente tome el crucifijo que me había regalado mi abuela y se lo entere en el hombro, el retrocedió con un grito de dolor y hay recordé que la bella cruz estaba echa de plata, acto seguido el huyo.
Desde esa noche lo busco para acabar con su existencia, para que ya no le haga daño a nadie más, para ver el recuerdo de mi esposo descansar en paz, y no me detendré hasta que ese vampiro en que se convirtió Alberto este muerto y su alma pueda descansar al igual que la mía, esa fue una promesa que le hice al amor que algún día le tuve.
Hay amores que nos marcan, hay personas que se vuelven nuestro mundo, pero esas mismas personas, ese mismo amor puede volverse toxico, hay que saber cuando detenernos y dejar marchar o acabar con ese amor a pesar de que nos destruya el corazón.

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